Había abierto aquella puerta por casualidad. Era un día de verano, sin mucho que hacer. La hora de la siesta en casa era silenciosa y larga durante las vacaciones de enero. Yo deambulaba sin poder salir a la calle; nadie salía a esa hora. Recién como a las seis podía jugar con las amigas del barrio. Recorría las habitaciones con desgano, me dejaba caer sobre el sofá del living, iba al patio a pellizcar una uva del parral. Le hacía un cariño a mi perro Puky. Deambulaba. Hasta que abrí esa puerta con desgano, sin intención de encontrar entretenimiento. Sólo fue un acto casi automático. Quizás me sedujo el olor, me trajo algún recuerdo a cosa vieja. Cuando apareció él, me cautivó instantáneamente. Lo recuerdo rubio, despeinado. Lo podía ver moviéndose, hablando, y todo era perfecto. Nunca había visto a nadie perfecto afuera, pero allí estaba él, un ser único con luz propia. Recuerdo su piel, la forma de sus labios, sus ojos claros. Mi corazón empezaba a latir diferente, podía senti